Un Manual de Adorno
Si algo caracteriza a la propiedad horizontal en Colombia es el impecable arte de redactar un Manual de Convivencia que nadie respeta. Ahí está, un documento detallado, meticulosamente estructurado, lleno de normas que, en teoría, garantizarían una sana convivencia. Pero, ¿qué pasa en la realidad? Lo mismo de siempre: vecinos que creen que las reglas son opcionales, administraciones que evitan conflictos a toda costa y sanciones que rara vez se aplican con firmeza.
Dos casos emblemáticos lo demuestran: las fiestas interminables y las remodelaciones clandestinas. Ambos, prohibidos en papel, pero ejecutados con maestría en la práctica.
Caso 1: Fiestas y Ruido – Porque la Discoteca Está Carísima
El manual es claro: las reuniones deben respetar los horarios establecidos. Nada de música a todo volumen después de las 10:00 p.m. de domingo a jueves, ni después de las 11:00 p.m. los fines de semana. Además, está prohibido el uso de parlantes en balcones y zonas comunes. Hasta ahí, todo bien.
Pero llega el viernes por la noche, y el vecino del 502 decide que hoy es el día perfecto para convertir su sala en una pista de baile. El bajo retumba, el reguetón sacude las paredes, y de repente, medio conjunto se entera de que “ella baila sola”. ¿Llamar a la administración? Lo han intentado, pero nadie responde. ¿Llamar a la policía? Solo llegan a la tercera queja y, para entonces, el anfitrión ya está en la etapa de cantar vallenatos con los ojos cerrados.
El manual dice que las sanciones incluyen multas y restricciones en el uso de zonas comunes. ¿Cuántas veces se ha multado realmente a un fiestero reincidente? Pocas o ninguna, porque, claro, “somos una comunidad pacífica y no queremos conflictos”. Mientras tanto, el resto de los vecinos tienen que soportar que sus apartamentos vibren como un festival de música electrónica.
Caso 2: Modificaciones de Fachada – Personalizando el Conjunto a su Gusto
Otro clásico de la propiedad horizontal: las modificaciones no autorizadas. La Ley 675 de 2001 y el Manual de Convivencia dejan claro que la fachada del edificio no se puede alterar sin aprobación de la Asamblea. Pero el vecino del 308, decidido a diferenciarse del resto, instala un ventanal negro con marco dorado y una reja tipo castillo medieval. “Es que así se ve más elegante”, argumenta.
La administración, en teoría, debería actuar de inmediato: emitir una notificación, exigir el retiro de la modificación y, en caso de incumplimiento, aplicar sanciones. Pero la realidad es otra. Nadie quiere ser “el malo del paseo” y empezar un conflicto que podría terminar en abogados, peleas de asamblea y chismes de pasillo.
Pasa un mes, luego dos, y la reja sigue ahí. Lo peor: otros vecinos ven la oportunidad y piensan, “Si él puede, yo también”. En cuestión de semanas, el conjunto parece un collage de estilos arquitectónicos improvisados. ¿El resultado? Un edificio con más variedad de diseños que una feria de construcción.
Conclusión: Normas de Decoración y no de Convivencia
El Manual de Convivencia debería ser una herramienta para garantizar el orden y la tranquilidad en la propiedad horizontal. Pero mientras su aplicación siga dependiendo de la voluntad (o miedo) de la administración, seguirá siendo un documento decorativo.
Las reglas están claras, pero sin consecuencias reales, su cumplimiento es una utopía. La solución es simple: aplicar el manual con rigor, sancionar sin miedo y entender que una comunidad no es la suma de caprichos individuales, sino un esfuerzo colectivo por convivir en armonía. Hasta entonces, seguirá pasando lo de siempre: el manual existirá, pero los vecinos seguirán pasándolo por la galleta.